lunes, 13 de septiembre de 2010

Houston (1991)


Me parece que fue en agosto de 1991 cuando fui a Houston con Catherine y nuestra hija, Flora, que entonces tenía diez años. Manejamos todo el día por la carretera costera, que entre Tuxpan y Tampico era un desastre, por lo que esa noche no llegamos a la frontera y decidimos quedarnos en Soto la marina. Llegamos a un hotel que nos pareció agradable y donde se alojó también otra pareja que iba en un Mustang con su hija, una niña enorme. En la recepción, nos enteramos de que cobraban por persona y no por habitación, pero los niños menores de 9 años no pagaban.

El señor que conducía un Mustang con placas de Monterrey le aseguró al incrédulo empleado que su hija tenía 8 años. Después de eso, ni siquiera nos preguntó por la edad de Flora, que ya tenía diez años, pero parecía mucho menor que la otra chica.
Ya en nuestra habitación le conté a Catherine algunos chistes que había escuchado de niño sobre la tacañería de los regiomontanos.
Y al día siguiente nos levantamos a las seis cuando todavía estaba oscuro y encontramos que nuestro vochito estaba cubierto por cientos de sapitos grises como de un centímetro de largo. No sé si eran ranitas o sapitos, pero Flora decidió que eran “sapitos”. Poco a poco se fueron bajando del vehículo a medida que avanzábamos hacia la carretera federal, pero hubo una ranita, perdón un sapito, que se quedó sobre el cofre, precisamente sobre el surtidor del limpiaparabrisas, hasta que llegamos al entronque. Antes de eso oímos un ruido extraño y luego nos dimos cuenta que habíamos masacrado a unos cangrejos que cruzaban la carretera. Era un verdadero río de crustáceos y años después vimos en la prensa que en Alemania habían hecho un túnel bajo la carretera para solucionar un problema parecido.

De la cola para cruzar la frontera y otros trámites mejor no digo nada. Pasamos a Corpus Christi y luego cruzamos por un bellísimo puente de hierro en Port Lavaca. Hicimos escala en algún motel de los que se encuentran a orillas de la carretera. Para almorzar nos detuvimos en un restaurante, donde Flora hizo un descubrimiento que la llevó a considerar a Texas como uno de los países más civilizados del planeta. Si en esos años se hubiera implementado un programa contra la obesidad, Flora hubiera dado el ejemplo, pues a la hora de comer aprovechaba la menor distracción de sus padres para sacarse la comida de la boca y arrojarla en algún rincón detrás de algún sofá, la tele o el piano. La muchacha era que luego encontraba sus famosas albóndigas. Cuando comíamos en algún restaurante y le servían su plato, preguntaba muy preocupada “¿Tengo que comerme todo eso?”.

En Texas descubrió que en los restaurantes había “porción infantil”; no era un menú especial, sino lo mismo que comían los adultos, pero menos, y eso le pareció muy tranquilizante. Además, el encuentro en Soto la Marina le dio argumentos. ¿Quieren que me ponga como la niña de Soto la Marina?, nos preguntaba cuando se le pedía que comiera bien. “Esa niña seguro se comía todo lo que le daban… y ya ven”.

En fin, llegamos a Houston y en la famosa Galería yo busqué un saco de lino azul marino y acabé comprándome uno de seda cruda, que usé un buen tiempo. A Flora le compramos primero una mochila verde y luego un sombrero rosado y unas bermudas color frambuesa con las que se veía muy linda, y Catherine también pudo renovar su vestuarios. Además, pudimos comprobar el efecto erótico del acento francés para los hombres de habla inglesa, pues los vendedores – la mayoría muy jóvenes – al oírla quedaban embelesados. Ella había aprendido inglés en Manchester, durante un año después del bachillerato, así que habla “inglés”, no americano, y eso con el acento francés resultaba muy especial.


El regreso lo hicimos rápidamente, pues no perdimos tiempo en la frontera. Tengo imágenes de los matorrales tamaulipecos y la carretera, donde los pájaros bebían el agua de los baches y alzaban el vuelo al acercarnos. Había llovido y no hacía calor.
Paramos un rato en Tecolutla, porque Catherine y Flora querían ir a la playa y nadar, y luego volvimos a Xalapa.



Publicado en Diario de Xalapa, 17 de agosto 2010.

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