domingo, 12 de septiembre de 2010

California 1992

En 1992 volé a Los Angeles para participar en un congreso en Irvine donde leí una ponencia sobre la película El Dorado de Carlos Saura (acerca de Lope de Aguirre) que luego se publicó en las actas y se encuentra en la red. Además co-presidí con Seymour Menton un encuentro de investigadores sobre la nueva novela histórica.

Por lo general, en los congresos de la Asociación Internacional de Hispanistas se leían más de cuatrocientas ponencias y actualmente ya son cerca de setecientas distribuidas en más de cien sesiones, pero sólo hay unos cinco encuentros de investigadores sobre temas de especial relevancia.
En ese caso, el principal organizador del congreso era Seymour Menton, y él me invitó a que co-presidiera el encuentro sobre la nueva novela histórica por los artículos que había yo publicado en 1983, 1985 y 1988.
Me fui una semana antes del congreso para echarle un ojo a Los Angeles y hacer algunas gestiones en la U.C.L.A., donde había tratado de conseguir empleo. Me alojé en la Guest House, donde pagaba unos cien dólares diarios por una habitación y el desayuno.
El campus me recordó a Toulouse por sus edificios de ladrillo de estilo neo-románico y para como colmo el carillón toca la melodía de Casablanca (As time goes by).
Aproveché la oportunidad para conocer el Museo del condado que está junto al parque La Brea, un yacimiento de chapopote donde se encontraron los restos de un mamut y otros fósiles de animales prehistóricos. También visité los estudios Universal y el Queen Mary, convertido en un museo.
Poco antes de mi viaje, me encontré a Rodríguez Revoredo, un jalapeño que estudió en Stanford y me recomendó que rentara un automóvil y recorriera la carretera National 1 que corre junto a la costa entre Los Angeles y San Francisco.
El viernes por la tarde me decidí finalmente a seguir su consejo y acudí a una agencia, donde no tenían ningún convertible y renté un Chevrolet cavalier. Me fui a Santa Bárbara, donde esa noche pernocté, después de cenar en un restaurant que parecía el escenario de una película de cowboys.
Al día siguiente seguí hacia San Luis Obispo, donde la carretera se separa de la autopista 101 y se vuelve a reunir luego como un freeway que atraviesa Morro Bay.
Me detuve ahí a comer en una especie de palafito, el embarcadero de los pescadores locales, transformado en un restaurante que conservaba el letrero de la American Fish Company.
Después de echarle un vistazo a la carta, me decidí por una especie de lenguado (halibut) y luego le pedí a la chica que me atendió que me tomara una foto, y yo mismo tomé otras del lugar. Después seguí ya por la carretera hacia Big Sur que es un sitio impresionante y en algún momento crucé el puente de concreto reforzado sobre el Bixby que tiene 98 m de largo y es uno de los hitos de ese tramo de la carretera que se construyó entre 1919 y 1937.

Después me detuve en algún lugar para llamar a Francia, pues Catherine y Flora se habían ido a pasar las vacaciones allá y ese día era el cumpleaños de mi hija.
Finalmente, llegué a Monterrey y empecé a buscar un hotel, pero todos los que veía ostentaban letreros de que no tenían sitio. Aunque ya estaba cansado, decidí seguir a Salinas, atravesando campos de espinacas. (Se trata de la capital de esos vegetales y hay una estatua de Popeye, que nunca vi). Pero ahí también los hoteles estaban ocupados.

Me detuve a tanquear en una gasolinera, donde me enteré de que al día siguiente había carreras de automóviles, por lo que había ido mucha gente de San Francisco. Tuve que estacionarme en la gasolinera para dormir un poco, aunque había demasiada luz, Al día siguiente me lavé en un restaurante adjunto donde también desayuné. Como no conocía Santa Cruz, aproveché la oportunidad para ver el campus y los sequoyas,de que me había hablado Marisa Moolick.
Después, manejé de regreso hacia Los Angeles y esta vez pude ver la costa de Malibú y seguí hasta el aeropuerto John Wayne, donde devolví el Chevrolet cavalier y tomé un taxi al campus de Irvine.

El congreso me permitió conocer al profesor Avalle Arce, que además de sus méritos académicos era muy simpático y tomaba garrafones de vino blanco, y a Paz Gago, el primer lector gallego, que enseñaba esta lengua y había estado algunos años en Africa. Hubo una excursión a Santa Bárbara y varios cocteles en los que hablé con varios colegas, pero de todo eso lo mejor fue el paseo a lo largo de la costa de California. Manejar un automóvil por esa carretera es toda una experiencia y uno tiene la impresión de ir inventando el mundo en cada momento.



Publicado en Diario de Xalapa, 11 de octubre 2010.

No hay comentarios: