lunes, 14 de diciembre de 2009

Mi experiencia en Francia como docente

Mi experiencia en Francia como docente
(I)



A fines de 1972 me escribió Jorge Aguilar Mora desde Francia para preguntarme si lopodía remplazar en la Universidad de Toulouse le Mirail, donde tenía un puesto comolector, y acepté. El puesto de “lector” era de tiempo completo como docente, pero sólo podía ocuparlo un extranjero para enseñar su lengua o literatura.Aguilar me explicó que yo debería impartir cinco horas de clase a la semana, la mayor parte dedicadas a un curso anual que estaba dividido en trimestres dedicados a los Comentarios reales, del Inca Garcilaso, Los heraldos negros de César Vallejo y la novela Hijo de hombre de Roa Bastos. Yo ni siquiera había leído esas obras, así que lo primero que hice fue procurarme las mejores ediciones que pude, o sea el tomo correspondiente de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra en el caso del Inca y las de Losada en los otros. Por suerte, yo conocía a Medardo Aragón, un excelente librero que me ayudó mucho. Por ejemplo, no sé de dónde sacó un Homenaje a Vallejo de gran formato impreso en papel couché con pasta dura, una recopilación de artículos que leí con avidez y me convirtió en un especialista en la obra del peruano. Por supuesto, también fotocopié todos los artículos que pude sobre las otras obras.Ya en Toulouse, me di cuenta de que ese curso lo impartíamos a diferentes grupos cinco profesores, que eran Maurice Fraysse, Claire Pailler, Jean Andreu, Mario Goloboff y yo. Mario era el nuevo lector argentino, que había ido a remplazar a Walter Mignolo, quien luego hizo carrera en los Estados Unidos, de donde era originaria su esposa. Goloboff era un abogado que publicaba una revista literaria en Buenos Aires y consiguió el puesto por Andreu. Apenas llegó, se compró una combi y se dedicó a buscar un apartamento para instalar a su esposa y a sus 2 hijas que llegaron después. Parecía un personaje despistado de Jacques Tati, pero en realidad siempre estaba alerta, así que el día que yo me enteraba de que podría ganar algo extra en la radio, resulta que Goloboff ya tenía esa chamba. Se le veía como un padre de familia, mientras que yo no era precisamente soltero, pues tenía pareja -.- una joven alemana --, pero no estábamos casados y tampoco teníamos hijos. Además, yo usaba blue jeans y tenía el pelo largo, detalles que no favorecían mi integración al cuerpo docente. Para Mario, emigrar a Francia era algo que había estado planeando desde hacía tiempo y para mí, en cambio, algo imprevisto, una oportunidad que se presentó y queahora creo que no supe apreciar debidamente. El caso es que los colegas que impartíamos el curso mencionado nos reuníamos a fin de año para calificar los exámenes, que se repartían en cinco tantos por orden alfabético, por loque no todos los que uno revisaba eran de sus alumnos. En la reunión, se revisaba caso por caso y uno podía abogar por alguno de sus alumnos. Antes del fin del curso, Andreu que era especialista en la literatura argentina y amigo de Cortázar me dijo que no fuera yo a faltar a la próxima reunión en que se iba a decidir si el año siguiente se estudiaría la poesía de Borges o la de Martí en lugar de la de Vallejo, pues él sabía que yo preparaba mi tesis de doctorado sobre el escritor argentino. Madame Paillerhabía propuesto a Martí y creo que Fraysse la apoyaba, pero ganamos los partidarios de Borges, o sea Andreu, Goloboff y yo.No se impartían los mismos cursos año tras año, sino que gradualmente iban cambiando; los Comentarios reales y la novela de Roa Bastos se volvieron a enseñar una vez más, pero luego también se remplazaron; en otros casos, todo el curso variaba. El primer año que estuve ahí había un curso dedicado a Colombia sobre El día señalado de Manuel Mejía Vallejo y al siguiente lo remplazó un curso dedicado a Chile sobre El peso de la noche de Jorge Edwards.
Con el tiempo, Goloboff también volvió a su país y escribió Cortázar, la biografía, publicada por Seix Barral, y otro colega, Jacques Gilard, rescató la obra periodística de García Márquez, sus famosos Textos costeños. Andreu ya era un especialista en Cortázar reconocido y hace poco me escribió para informarme que Rosalba Campra le pidió un prólogo para su libro Cortázar para cómplices y que ahí me menciona. También publicó una antología de la literatura anarquista con Maurice Fraysse y Eva Gomucio.No estoy muy al tanto de los trabajos de Claire Pailler, pero la vi luego en varios congresos.

(II)

Después de enseñar 2 años en Toulouse, me trasladé a París, donde obtuve un puesto como lector en la Sorbonne y ahí tuve que impartir un curso sobre El reino de este mundo de Carpentier el primer semestre y acerca de la poesía de Paz. Neruda, Vallejo y Borges el segundo semestre, además de otro curso para estudiantes graduados paralelo al de Silva Cáceres sobre Los pasos perdidos (primer semestre) y El siglo de las luces (segundo semestre). Impartía SEIS horas de clase a la semana, pero una hora se me pagaba extra. De cualquier modo, esas horas de clase requerían muchas investigaciones y recuerdo que me llevaba montones de libros a la austera habitación donde me alojaba en la Maison de Norvege. Al siguiente año, tuve que impartir un curso sobre los cuentos de la Cándida Eréndira de García Márquez y otro sobre los cuentos de Cortázar paralelo al de Ariel Dorfman, que remplazó a Silva Cáceres, quien se fue a Suecia un tiempo con su esposa. Además de preparar e impartir todos estos cursos, en esos años escribí mi tesis de doctorado sobre Borges y hay que decir que entonces no había computadoras y cada vez que uno quería rehacer un párrafo o insertar algunos renglones había que usar tijeras y engrudo. Posteriormente, volví a enseñar durante un semestre en Francia, esta vez como “professeur associé” en Nancy. Marie Miranda me dijo que José Sardiñas, un colega cubano, había impartido un curso acerca de El sueño de los héroes de Bioy Casares y me preguntó si no podría dedicar mi curso a otra novela del argentino, pero le dije que yo había pensado comentar los cuentos de Ribeyro, a quien había tratado en París. Ella me dijo que no había problema. Nunca me pidieron el programa del curso que era de Explicación de textos, los que podía elegir cada profesor. Además, tenía que impartir otras clases que eran parte de cursos de maestría o lo que entonces se conocía como Diplomado de Estudios Avanzados y algunas horas de traducción.
No tuve un número de horas semanales fijo, pero el semestre se redujo a diez semanas de clase, después de las cuales fui a poner exámenes y a entregar calificaciones.
Debido a eso no tuve que alojarme en Nancy. Me instalé en París y me compré unabono del tren para ir a dar mis clases.

Durante las primeras cinco semanas, sólo tuve que impartir mis clases los martes, por lo que ese día me levantaba temprano y tomaba un tren en la Gare de l’Est. Llegaba a Nancy a eso de las diez de la mañana o diez y media, impartía mis clases, almorzaba conalgún colega en un restaurante muy agradable que estaba cerca de la universidad o en elde los estudiantes o profesores. Después, impartía otra clase y a las cinco de la tarde o poco después tomaba el tren a París.
Durante las siguientes cinco semanas tuve que impartir algunas clases los jueves, por lo que me tuve que quedarme en Nancy las noches de los martes y miércoles. Me alojaba entonces en el “chateau”, una especie de hotel para profesores, pues muchos viven en París y sólo van a dar sus clases.
El sueldo me permitía cubrir todos estos gastos holgadamente. Además, en cierta ocasión le comenté a Miranda que iba a leer una ponencia en un congreso y me dijo que para eso podía yo pedir apoyo, lo que hice, desde luego.

Publicado en Diario de Xalapa, domingo 13 de diciembre de 2009.