martes, 31 de agosto de 2010

Budapest y París


En París me tuve que alojar en la Maison d’Italie durante tres o cuatro noches, porque en la Fondation danoise no tenían sitio. Tuve que comprarme otro paraguas, pues el que llevaba me lo estropeó una puerta que está a la salida del elevador de la estación del metro. Hay que meter el boleto usado para que se abra, pero si no lo hace uno rápido, lo rebana. Los franceses dejaron de usar la guillotina para ejecutar criminales, pero el mecanismo se ve que los fascina. Por supuesto, puse una queja, pero no sirvió de nada y como llovió al día siguiente, tuve que comprarme otro paraguas. Flora acompañó ese día a un joven que quería interpretar a cuatro manos la Fantasiosa y otras danzas cubanas en la Casa de México.


Después, hubo un coctel durante el cual me presentó a Víctor, un flautista, y su esposa, y luego me contó que Alejandra, muy linda y con grandes ojos algo almendrados, parece niña y en un concierto la directora del Instituto Cultural de México en Francia le dijo con su tacto habitual "Tú mejor siéntate atrás, donde van a estar otros niños”. Alguien le aclaró que era la esposa del flautista, y ella lo miró escandalizada. Como Víctor no tiene beca, Alejandra trabaja como niñera."Yo a ti no te voy a obedecer”, le dijo la niña que cuidaba, “porque tú eres otra niña". “Entonces, vamos a jugar”, le contestó Alejandra. Posteriormente, llegaron a París unos parientes que querían ir a DisneyWorld y ahí lo bueno fue que Alejandra pasó como otra niña y no tuvo que pagar tanto.El flautista, por cierto, era un roperón muy jovial. Por cierto, yo iba a Budapest para leer mi ponencia sobre “Pitol y Pepe Bianco, como traductores de Henry James” en el coloquio sobre la traducción literaria organizado por Laszlo Scholz con el Instituto Cervantes, y Flora se me pegó, porque quería conocer otro país.
Volamos un sábado a mediodía y aprovechamos el domingo que casualmente era mi cumpleaños, para bajar hasta el Danubio caminando, cruzarlo y trepar en Buda a la colina donde se encuentra el castillo y un museo donde visitamos una exposición de Moholy Nagy, un pintor húngaro excelente. Luego bajamos tranquilamente y regresamos a Pest cruzando otro puente río abajo. El lunes por la mañana fuimos al congreso y yo oí, entre otras, la ponencia sobre las traducciones de Sandor Marai al español que me interesaba.
La recepción que tuvo lugar en el patio de la embajada española fue muy agradable y hubo lo mismo tapas de caviar que pinchos de tortilla (omelette), además de un vino excelente. Laszlo me contó que tiene una hija chelista de 30 años que toca con la orquesta de la Opera y otra, flautista, de 23. Un mexicano que enseña en Graz con quien me había comunicado resultó muy simpático, pues exhalaba satisfacción, aunque nos habló bastante de sus problemas -- su hijo iba a nacer en esos días y él se iba a quedar sin su empleo; estaba casado con una húngara muy guapa y me contó que en México él se entretuvo comprando unos boletos y cuando subió al autobús en que iban a viajar, se encontró con que un compatriota yse había ido a sentar junto a su mujer, aunque no había más pasajeros. Después de comer con él en una fonda, nos encontramos a unas colegas eslovacas con las que fuimos a un café.
El día que volvimos a París, comimos en "Spinoza" un restaurante muy agradable del barrio judío donde hubiéramos debido comer siempre. De vuelta, me instalé en la Fondation danoise, donde observé que las chicas que vivían en mi piso habían puesto su foto en la puerta con una estrella de papel de aluminio, como si sus habitaciones fueran camerinos.

Mi habitación tenía muebles escandinavos y unas lámparas que parecían platillos voladores, una de pedestal y la otra de mesa. Desde la ventana, podía ver las casas de Suiza y Suecia, rodeadas de árboles, pero estaba en el cuarto piso, y me la pasé subiendo y bajando las escaleras, debido a que no hay elevador y la cocina está en el sótano que por un desnivel del terreno da a un jardín en el que hay algunas mesas y sillas. Dos o tres días después fui a Ghibert para buscar unos libros y en el boulevard St. Michel me encontré a Flora, y decidimos almorzar en la Residencia Concordia, donde ella se alojaba; en el camino compramos algunos víveres y un rollo de espárragos blancos que me costó once euros.
La Residencia Concordia se encuentra en el Barrio Latino, a unos metros de la turisteada rue Mouffetard, en un edificio restaurado hace poco, en cuyo interior hay todo un jardín con varios árboles, y cuando fui a buscar a Flora unos días después me encontré con que se estaba filmando un comercial en el vestíbulo. Desde el Barrio Latino – la llamada montaña de Ste, Geneniève ---- bajé muchas veces hacia el Sena y en la rue de Rosiers me compré uno de esos pasteles con semillas de amapola. Por la noche asistí a los conciertos que se realizaban en la Fondation des Etats Unis y otras residencias.

También recuerdo que un domingo fui a dar una vuelta por l'ile Saint Louis y le saqué fotos a unos músicos -- me he dedicado a tomarle fotos a músicos que tocan en las calles. Todas esas caminatas y las escaleras de la Fondation danoise me permitieron ponerme en forma, pues bajé cuatro kilos.
Por lo general, comía en el restaurante del Colegio español, que está junto a la casa de Suecia, y donde tienen con frecuencia una ensalada que se prepara con la raíz del apio, es decir un tubérculo parecido a una jícama que los franceses lograron desarrollar y que pesa entre 800 gramos y un kilo. Se ralla, como la zanahoria, y se le pone limón o mayonesa para que no ennegrezca.
La cocina francesa puede parecer bastante rebuscada, pero incluye platillos de una sencillez absoluta, como esta ensalada refrescante.


Publicado en Diario de Xalapa, 3 de abril 2011.

lunes, 30 de agosto de 2010

París y Barcelona (2011)
























En mayo  leí una ponencia  sobre la autobiografía de Salvador Elizondo en el coloquio “Leer Latinoamérica hoy” que se realizó en Barcelona del 11 al 13 de mayo, y aproveché mi viaje para pasar unos días en París, donde quería presentar mi libro La gata revolcada en la Sorbonne y entrevistar a Aurora Bernárdez. Me costó mucho trabajo, por cierto, encontrar alojamiento en la Cité Universitaire, pues por lo general  los estudiantes se empiezan a ir a fines de mayo. Ya me estaba preocupando cuando la secretaria de la Fondation danoise me escribió que me podía rentar una habitación con baño.
Tan pronto llegué a París le escribí a Aurora Bernárdez para pedirle cita, y, como la residencia donde me alojaba está muy cerca del Colegio de España, pasé a la biblioteca para  ver la revista Quimera, pues en marzo me publicaron un artículo y vi que quedó justo en medio de la revista. Excelente tipografía, "Borges" en letras rojas, y "Billy the Kid" en doradas.
De nuevo estaba en Francia. La habitación en la Fondation danoise era muy agradable, con piso de corcho y muebles escandinavos y unas lámparas que parecían platillos voladores.
En cada piso hay una pequeña cocina donde me preparaba té verde de menta de twinnings y me compré una caja de terrones de La perruche, que tienen el color de la panela, pero más claro.
Me la pasé tomando ese té y en cuanto a la comida me compré un maigret de canard, una pechuga de pato. La cocina y el comedor de la Fondation se encuentran en el sótano, pero debido a un desnivel del terreno da un jardín cubierto por una malla de alambre, sobre la que se apoyan las glicinias.
Se puede comer en ese jardín, porque hay otras mesas y sillas rústicas.
El pato me bastaba ponerlo en la sartén, taparla. Hay que colocar la pechuga de modo que la piel quede pegada a la sartén y se derrita. La grasa se tira o se guarda en algún frasco para dársela luego a las femmes de menage que la pueden utilizar para preparar alubias o lentejas.
Se le da vuelta a la pechuga y se la deja freír otros minutos. Se rebana y se come con alubias que se fríen un poco en la grasa. Como postre me encanta el petit suisse, que es una especie de leche
cuajada. Para variar, alguna vez comí en el restaurante del Colegio de España donde seguido hay ensalada de apio rábano, que me encanta. Se trata de la raíz del apio, hipertrofiada, que se pela y se ralla como zanahoria, se le pone limón para que no se ponga negra o se cubre con mayonesa, y ya está. Cada “bola” pesa entre 800 gr. y un kilo. La ensalada parece jícama rallada, pero tiene un sabor mentolado, refrescante.                 


Aproveché esos días para pasar a encargar los libros que me pidió Catherine, y echarle ojo a una exposición  de fotrografías Edouard Boubat en Issy les Molineaux, que me gustó mucho. También hablé unos minutos con Pía Elizondo, que me dio cita cerca de su casa en Montmarte y ahí me proporcionó unos datos que necesitaba para redondear mi ponencia sobre la autobiografía de su padre. Además, llamé a Eduardo García Aguilar y lo vi luego en un café en la Place d’Italie, donde me presentó a una escritora uruguaya. Finalmente, el martes 10 me pude ir a Barcelona.

El tren salió a las 7:20 y unas tres horas después llegó a Nimes. De ahí siguió a Montpellier, Agde, Beziers, Narbonne, Perpignan, y por ahí me comí un casse-croûte que me había preparado con lo que quedaba de pato y un  trozo de baguette; mi itacate incluía también una pequeña botella de tinto y dos petit-suisses. En Figueras tuvimos que pasarnos a un tren español, en el que llegué a la estación de Barcelona Sants.
De ahí tomé el metro a la Plaza de Catalunya y bajé por la rambla hasta la calle Hospital, luego a la derecha unas cuadras y ahí está la residencia d’investigadors, que la verdad me quedo con los daneses. La habitación de la Fondation danoise es mucho mejor --tiene piso de corcho y es más amplia; el baño es más reducido, pero está mejor diseñado.  Lo mejor de todo es que me costaba la tercera parte que la residencia barcelonesa, aunque ésta depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, equivalente al CONACyT.
Al día siguiente aproveché el desayuno, incluido en el precio de la habitación y me fui a la Plaza de la Cataluña para tomar el trena a Bellaterra donde se encuentra la Universidad Autónoma de Barcelona, pero no había servicio debido que alguien se había tirado a la vía, qué se le va hacer.            
 
Aproveché  para echarle ojo a un mercado de ambulantes que se estableció en "mi" calle, pues sólo había puestos de apicultores, que tienen una variedad increíble de miel, incluso una de romero, muy clara. También había puestos de hierbas medicinales, y lo más interesante de todo es que había maestras de primaria que llevaban sus grupos para que los chicos conocieran las plantas medicinales y los productos de la apicultura. Había mezclas para todo tipo de afecciones...Más tarde me lancé rambla abajo hasta el monumento a Colón y entré al parque y luego fui a la Barceloneta y me regresé.  En fin, caminé horas y regresé a descansar un rato.
El jueves logré tomar el tren a Bellaterra y leí mi ponencia que le gustó a los asistentes. Mi plan era quedarme esa tarde para escuchar una plenaria sobre Borges y asistir a unas lectura de minicuentos, pero después del almuerzo me pareció que una siesta era indispensable y regresé a Barcelona.


El viernes decidí mandarle mi libro a Jaime Rodríguez, el director de Quimera, que me escribió que la redacción está en la calle Carmen, y en la recepción de la residencia me dijeron que era la paralela a Hospital. Total, le pasé a dejar el libro y así lo conocí. Después, tomé el metro y con el mismo boleto el funicular a Montjuic, donde pasé al Museo Miró, que ya conocía, pero igual, me gustó mucho. Después, tomé el teleférico al castillo  y le eché un vistazo a Barcelona desde arriba.                            
 Bajé y comí fish and chips en una freiduría. De vuelta a la residencia, vi un letrero hacia la Plaza real y así fue como la encontré.                                  
El sábado me encontré con que en  la Residencia d'investigadors  los sábados y domingos el desayuno es a las 8:30, es decir una hora más tarde que entre semana, por lo cual me lo perdí,  pues el tren salía a las 9:00.  Me tomé un café con leche en la estación y comí en el tren, pero nada comparable al casse-croûte que había disfrutado en mi viaje a Barcelona.. Por el macizo central  llovió un poco y el cielo se veía oscuro, pero al acercarnos a París todo se iluminó. Me sentí feliz de volver a mi habitación de la Fondation danoise y por la noche fui a la Casa de Alemania para ver los periódicos y revistas, pues la hemeroteca es sensacional.
El martes 17 di mi conferencia sobre el auge de lo biográfico en la literatura hispanoamericana en la Sorbonne y luego aproveché para hacer algunas compras. Sobre todo quería comprarme unas camisas Oxford ; las Arrow son muy caras, más de 70 euros, pero GAP las tiene a 40, el problema es que no tienen bolsa, y yo la uso para guardar mi licencia y credenciales, así como el bolígrafo. Por suerte, también las tiene UniQlo, una tienda japonesa que me recomendó el portero de la Casa de México.  La tela de las camisas made in China es más ligera que las que me he comprado en  Mark & Spencer, pero costaban la mitad.  También me compré unos sacos de lino  que estaban muy baratos . Me gustó uno de cuadritos y en la Casa de Alemania vi una entrevista con Cohn Bendit donde lucía el mismo  saco.
Cuando ya no me lo esperaba, me llamó Aurora Bernárdez para darme cita al día siguiente, explicándome que también ella había estado en pues ya va a salir el primer tomo de la nueva edición de las Cartas.
La primera edición tuvo tres tomos, pero luego aparecieron las Cartas a los Jonquières  y otros epistolarios que se integrarán a la nueva edición en orden cronológico que ahora saldrá en seis tomos.
Las cartas, me dice Aurora,  son realmente una autobiografía del escritor, pues ahí está todo registrado, y se puede apreciar su evolución desde que era un joven profesor un poco “cursi” que usaba corbata y le escribía a sus colegas.

Mencionó, por ejemplo,  una carta dirigida a un pintor en la que le explica en qué lugares de Roma puede ir a comer sin gastar mucho.  De las biografías del escritor, me dijo que Goloboff no pudo leer las cartas, y Herráez no las aprovechó “y como Ud. dice se puso a explicar el contexto en que se desenvolvió el escritor”. De las biografías del escritor, me dijo que Goloboff no pudo leer las cartas, y Miguel Herráez no las aprovechó “y como Ud. dice se puso a explicar el contexto en que se desenvolvió el escritor y se le olvidó éste”. El libro de Montes Bradley, Cortázar sin  barbas, me dijo que no lo había leído porque le pareció “desagradable”  lo que dice sobre la abuela, y me aseguró que Cortázar no lo sabía, porque en las familias de clase media hay cosas que no se mencionan; el padre se fue, los dejó, pero la madre nunca dijo que fuera un mujeriego, y ese ambiente de reserva y secretos seguramente influyó en Cortázar.        En cuanto al rumor de que la estatura de Cortázar se debía a un problema glandular me aseguró que sus parientes eran bastante altos y que él tenía unas manos y pies largos y delgados, un  rostro muy bello,  y nada de los rasgos propios de quien padece acromegalia. Mencionó que a los dieciocho años y de acuerdo con el carnet militar, Cortázar ya medía 1,90 m. y luego creció otros 2 cm., que ahora hay muchos jóvenes de su estatura, y en el café adonde va a tomar sidra también ve muchachas “con envidia, porque tienen 30 cm. más que yo”. Le dije que me interesaba mucho hablar de sus traducciones y le conté que la Universidad Veracruzana publicó una colección “Sergio Pitol, traductor” y que esa colección la va a reeditar el Conaculta. Me dijo que cuando alguna editorial le avisa que va a volver a publicar alguna traducción suya, ella se pone a releerla para ver qué errores cometió, pues es “un oficio que se aprende a fuerza de meter la pata” y que cuando ella era joven no había escuelas de traductores, como ahora. Ella empezó a traducir para Losada y ahí le pusieron unas prueba Guillermo de Torre y “un portorriqueño, Max, no recuerdo su apellido”, que probablemente era Max Ureña, un medio hermano de Pedro Henríquez Ureña y dominicano en realidad. El resultado los convenció y la contrataron. Me comentó que se dio el lujo de rechazar “por puritanismo” los cuentos de Sartre, aunque tradujo La náusea en esos tiempos.                  

  Cuando vivía con Cortázar, tradujo Estos trece de William Faulkner para Losada (1956), El cielo protector  de Paul Bowles, para Sudamericana (1954), y El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, para esa misma editorial, que lo publicó en 1960. También tradujo La vejez de Simone de Beauvoir (Sudamericana, 1970), y Pálido fuego, de Nabokov, (Bruguera, 1977), El primer hombre, de Albert Camus (Tusquets, 1997), y Bouvard y Pécuchet de Flaubert (Tusquets,1999).                  En la red hay varias listas inexactas de sus traducciones (ver por ejemplo el sitio: http://www.tercerafundacion.net/biblioteca/ver/persona/7457?orden=-fecha,titulo&start=61&step=20 que no incluye varias obras de Calvino que tradujo en los noventa y en la que hay otras omisiones notables; además, se enumeran como traducciones diferentes los relatos de algunas antologías como La gran bonanza de las Antillas de Italo Calvino (Tusquets, 1993).                   
De Calvino tradujo primero Las cosmicómicas (Minotauro, 1967), Tiempo cero (Minotauro, 1971), Las ciudades invisibles(Minotauro, 1974), El castillo de los destinos cruzados cuya primera edición, si no me equivoco, se hizo por cuenta de las Librerías Fausto(1977), Orlando furioso, una versión en  prosa del poema de Ariosto (Muchnik, 1984) y  Palomar (Alianza, 1985). Por cierto,  a este escritor podía consultarlo,  porque lo veía seguido, debido a que estaba casado con su amiga Chichita -- Esther Singer – que por cierto lo hizo leer a Borges y a Cortázar que entonces no eran tan conocidos. Después de la muerte de Calvino (1985), siguió traduciendo Por último el cuervo, (Siruela, 1986), Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela, 1989), Los amores difíciles (Tusquets, 1989), El sendero de los nidos de araña (Tusquets, 1990), y Por qué leer a los clásicos (Tusquets, 1992), así como su correspondencia, o sea Las cartas del azar y Los libros de los otros (Tusquets, 1994). De las traducciones de Cortázar me dijo que en una editorial la llamaron porque se dieron cuenta que faltaban algunos pasajes del Robinson Crusoé, pero no se pudo hacer nada porque Cortázar no dispuso del texto completo, sino de una versión abreviada. (Mondadori publicó en el 2004 la traducción que en Buenos Aires ya había publicado Viau en 1945). En mi  opinión, hay que hacerle una entrevista o varias sobre todo esto para precisar la cronología de sus traducciones y aclarar algunos episodios, pues yo por no abrumarla no le pude hacer todas las preguntas que me hubiera gustado. No quiso que grabara la entrevista y no insistí, pero es una lástima porque se voz es muy agradable y se hubiera podido difundir en la radio y oírla en vez de leer una transcripción de lo que me dijo. El domingo siguiente me volvió a llamar para desearme buen viaje a México y decirme que había seguido leyendo mi libro y que las notas sobre las Memorias de España de Elena Garro y las “viudas” de Borges le resultaron “incluso divertidas”. En fin, toda una dama. Yo estaba, por cierto, a punto de irme a a Nantes, donde vi el Royal de luxe, el desfile organizado por compañía francesa de teatro callejero, que se caracteriza por usar marionetas gigantes en sus obras. La principal atracción, creo yo, era una niña mexicana con trenzas que en cierto momento se pone en cunclillas y orina; los franceses la celebran. Al día siguiente era mi cumpleaños y por la tarde fui al Museo Marmottan para dejar que me festejaran los Dufy. Muy buena la exposición. Los óleos parecen acuarelas, tienen un estilo inconfundible. Al día siguiente  fui a ver una exposición de Miró escultor en el Museo Maillol, por la rue du Bac, que también es una sala de las dimensiones del Marmottan. Me gustó mucho.                   

Antes de volver a México logré entrevistarme con Brigitte Natanzon, en el café de la Maison internationale, pues estoy tratando de convencerla de que gestione un convenio de intercambio entre la Universidad Veracruzana y la de Tours, donde ahora trabaja. Finalmente, hice mi maleta y el 1° de junio tomé el vuelo de regreso.                    

Publicado en Diario de Xalapa.

domingo, 29 de agosto de 2010

París y Cádiz (2012)

Hace unos días regresé del congreso en Cádiz, donde leí una ponencia sobre Mi vida por el mundo, de Maples Arce, pero unos veinte días antes volé a París y de ahí me descolgué un miércoles a Sevilla y regresé el viernes por la tarde a la capital francesa, donde me quedé unos días más para completar el mes.
Me alojé en una residencia para estudiantes daneses, donde, por cierto, volví a ver a una mexicana que estudia letras y estaba por irse a Tailandia unos quince días con su padre y abuela. También volví a ver a Vilma Fuentes, que vive entre el Sena y el Bd. St Germain, muy cerca de Notre Dame, y almorcé con la viuda de Julio Ramón Ribeyro, uno de mis escritores favoritos, pues me invitó a un restaurante de postín, donde comí un gazpacho delicioso --el que luego pedí en Cádiz me supo a ketchup y era una verdadera bazofia en comparación.
En el Pompidou me reuní una tarde con Lauro Zavala, que había ido a unos congresos en Valencia y Dijon. Tomamos un vaso de sidra de Bretaña.
Aproveché la oportunidad para tratar de cambiar un poco mis hábitos alimenticios y desayunaba pan con tomate, al estilo catalán o mediterráneo.
Al llegar a París me compré una botella de un litro de aceite de oliva extravirgen de Kalamata y casi me lo acabé. Además, al revisar los tickets, veo que me compré cuatro cajas de té verde con menta de Twinnings, por lo que calculo que me tomé unas cien tazas. 
También comí bastante pato, pues por lo general me compraba una pechuga (maigret de canard) y después de cocerla en la sartén, las dejaba enfriar y la comía en rebanadas, como una especie de rosbif.
La residencia danesa tiene una cocina impecable donde no falta NADA, pues incluso encontré papel de aluminio para envolver un bocadillo de pato que me preparé para mi viaje en tren de Sevilla a Cádiz y que acompañé con una botella de Rioja "tempranillo" que compré en el avión. 
En el Pariscope publican unas breves entrevistas a personajes disímiles que recomiendan alguna "promenade", y un día seguí las instrucciones de un ex-campeón de Kung Fu, cuyo recorrido empieza en la Place de Clichy y cruza el puente sobre el cementerio para remontar luego la avenue Junot y bajar por la rue Le Pic a las Abesses. También caminé a lo largo del Bassin de La Villete (desde el metro Strasbourg) hasta llegar al parque, que atravesé para irme a tomar un café en el Conservatorio, donde es más barato y no está mal. 
En la Cité Universitaire, me iba por las mañanas de la Fondation danoise a la Fondation Deutsch de Meurthe y luego, por las canchas de tenis, a la Maison d'Allemagne.De ahí al metro para recoger los periódicos que regalan y que leía en mi habitación después de darle una vuelta al Parc Monsouris.
No dejé de ver las exposiciones de Helmut Newton, Charlotte Rampling y Bob Dylan, ni la de Gerhard Richter y el manuscrito de On the road de Jack Kerouac.
Aproveché la hemeroteca de la Maison d'Allemagne para leer montones de revistas, sobre todo francesas y en la del Colegio de España vi los números atrasados de Quimera.
Por cierto, me publicaron unos minicuentos en el número de junio, o sea el último, pues no ha salido el de verano.
EN FIN, hice lo posible para aprovechar el boleto a París, que es lo único que me pagó la universidad.

sábado, 28 de agosto de 2010

Impresiones de Argentina (2013)


Hace unos días tuve que viajar a Buenos Aires para participar en un congreso sobre literatura.
Me preocupaba una tarjeta VISA electrón para viajes que compré para pagar mi hotel y otros

gastos, pues un colega me dijo que no había podido usar la de su banco, aunque había avisado que iba a viajar.
Por suerte, la tarjeta funcionó, pero  por si acaso en el aeropuerto compré algunos dólares en billetes;  la tasa de cambio es de unos 5.3 o 5.4 pesos por dólar, pero en algunas tiendas toman el dólar hasta en 10 pesos, si compra uno algo.

Cuando llovió una tarde,  me compré un paraguas Pierre Cardin que costaba 80 pesos y pagué con un billete de diez dólares;  además, en un restaurante de la Av. 25 de mayo vi un pequeño letrero  ("Dólar, 7 pesos) y ahí comí tres veces. Pagaba con un billete de 20 dólares (140 pesos) y me daban el vuelto en pesos argentinos.

Antes de mi viaje vi una foto de la librería El ateneo, que se encuentra en un antiguo cine – como el centro cultural Bella Época en México, y la busqué.

Yo quería ver  el edificio art-déco en cuyo sexto piso vivió Borges,  la antigua Biblioteca Nacional, en la calle México, que dirigió, la Facultad de Filosofía y Letras que ahora ocupa la rectoría de la Universidad de Buenos Aires, la Fundación Borges,y  la librería “El Ateneo” que se encuentra en lo que fue un cine, el Gran Splendid, sobre la Avenida Santa Fe, y otros lugares como las Galerías Pacífico –algo así como el Palacio de Hierro del Zócalo en el Distrito Federal, etc.

Como me fui unos días antes del congreso, salía yo a recorrer la ciudad, y después de una caminata buscaba un restaurant y luego iba a esa librería o a una sucursal que estaba en Florida más cerca de mi hotel.

Hay varios lugares con sillones, donde uno puede hojear los libros, y ahí leí leí algunos ensayos de Lugares con genio, de Savater, dedicados a Borges y Buenos Aires, Neruda y Santiago, Kafka y Praga, Stevenson y Edimburgo y Octavio Paz y el Distrito Federal.   En fin, me eché casi todo el libro en los días que estuve allá.

Sólo  compré un ejemplar de Borges y la física cuántica, de Alberto Rojo, publicado por Siglo XXI, y otro de Borges y la memoria, de Rodrigo Quian Quiroga,  un neurólogo, con un prólogo de Kodama.

(Me acordé que hace años en Salamanca, Donald Yates me dijo que Borges le regaló unos apuntes de sicología de su padre, que incluían notas sobre la memoria y en los que seguro se basan “Funes, el memorioso” y “El Zahir”).

La  comida en los restaurantes no es muy variada y revela cierta pobreza culinaria. La mayoría ofrecen un “bife de chorizo” –un corte parecido al rib eye -- como plato principal y hay muchas pizzerías y establecimientos especializados en comida italiana.

De lunes a viernes, se puede optar a mediodía por el “menú ejecutivo”  integrado por un plato principal, bebida – agua, gaseosa  o vino – y postre o café, cuyo precio va de 60 a 80 o 90 pesos argentinos.

Por lo general, pedía merluza o pollo con "puré de calabaza o zapallo", pues era la temporada, según me informaron, y eso comí en el Florida Garden, una confitería a la que iba seguido Borges.
Las porciones, por cierto, son abundantes. 
Observé a una pareja muy acaramelada que devoraba un trozo de carne con papas y a una abuela  que se despachó con toda tranquilidad una pechuga de pollo doble.
En un restaurante muy famoso – los 36 billares – pedí una suprema de pollo y creí que me
habían dado un muslo de ñandú.
Las servilletas de los restaurantes parecen papel de China, y el papel higiénico también es de mala calidad, por lo que pude observar en varios lugares.
Hay muchos billetes en circulación que se deberían retirar. 
Faltan letreros con nombres de las calles en las esquinas, lo cual es un problema cuando uno recorre Buenos Aires a pie.
La gente me pareció en general muy amable y educada.
La inseguridad es también un problema en Argentina, pues en la tele oí que tres individuos mataron a un hombre delante de su esposa embarazada y su pequeña hija para robarle el auto. Además, hay bandas dedicadas a despojar viejitos de sus viviendas.
(La policía detuvo  a dos parejas de supuestos inquilinos que se habían instalado en la casa de un anciano jubilado, y se aclaró que lo habían matado a golpes ).
El congreso se celebró en la Facultad de Derecho, un edificio enorme que recuerda el Partenón por las enormes columnas de la amplia fachada, y algunas sesiones se realizaron en la de Ingeniería, que parece un edificio inglés.
Lo más memorable me parece una conferencia plenaria  sobre las editoriales que fundaron los refugiados españoles y , entre otras, dos interesantes ponencias sobre los Naufragios de Cabeza de Vaca y los Infortunios de Alonso Ramírez . También un recuento y comentarios de las reseñas de Rayuela. Yo participé en las asambleas y hablé con algunos colegas como Domnita Dumitrescu, que me contó que hace unos veinte años tuvo la Fullbright en Argentina y recorrió el país desde Bariloche a Salta y las cataratas de Iguazú.
El embajador español ofreció una recepción en su residencia y hubo otros cocteles en Derecho.
El viaje a Buenos Aires me resultó muy cansado, pues tuve que hacer una escala de 9 horas en Lima, donde por suerte pude descansar en el aeropuerto, que es muy limpio y seguro; el viaje de regreso por suerte lo hice vía Santiago, donde la escala se redujo a menos de tres horas. Durante el tramo a México la comida – salmón, vino y un postre delicioso –me pareció mejor que la de Air France y Aeroméxico.
Por cierto, en el congreso participó un buen número de colegas mexicanos y una profesora de Quintana Roo me contó que a ella su universidad le paga todos los gastos.

Publicado en el Diario de Xalapa el miéecoles 16 de octubre de 2013