martes, 31 de agosto de 2010

Budapest y París


En París me tuve que alojar en la Maison d’Italie durante tres o cuatro noches, porque en la Fondation danoise no tenían sitio. Tuve que comprarme otro paraguas, pues el que llevaba me lo estropeó una puerta que está a la salida del elevador de la estación del metro. Hay que meter el boleto usado para que se abra, pero si no lo hace uno rápido, lo rebana. Los franceses dejaron de usar la guillotina para ejecutar criminales, pero el mecanismo se ve que los fascina. Por supuesto, puse una queja, pero no sirvió de nada y como llovió al día siguiente, tuve que comprarme otro paraguas. Flora acompañó ese día a un joven que quería interpretar a cuatro manos la Fantasiosa y otras danzas cubanas en la Casa de México.


Después, hubo un coctel durante el cual me presentó a Víctor, un flautista, y su esposa, y luego me contó que Alejandra, muy linda y con grandes ojos algo almendrados, parece niña y en un concierto la directora del Instituto Cultural de México en Francia le dijo con su tacto habitual "Tú mejor siéntate atrás, donde van a estar otros niños”. Alguien le aclaró que era la esposa del flautista, y ella lo miró escandalizada. Como Víctor no tiene beca, Alejandra trabaja como niñera."Yo a ti no te voy a obedecer”, le dijo la niña que cuidaba, “porque tú eres otra niña". “Entonces, vamos a jugar”, le contestó Alejandra. Posteriormente, llegaron a París unos parientes que querían ir a DisneyWorld y ahí lo bueno fue que Alejandra pasó como otra niña y no tuvo que pagar tanto.El flautista, por cierto, era un roperón muy jovial. Por cierto, yo iba a Budapest para leer mi ponencia sobre “Pitol y Pepe Bianco, como traductores de Henry James” en el coloquio sobre la traducción literaria organizado por Laszlo Scholz con el Instituto Cervantes, y Flora se me pegó, porque quería conocer otro país.
Volamos un sábado a mediodía y aprovechamos el domingo que casualmente era mi cumpleaños, para bajar hasta el Danubio caminando, cruzarlo y trepar en Buda a la colina donde se encuentra el castillo y un museo donde visitamos una exposición de Moholy Nagy, un pintor húngaro excelente. Luego bajamos tranquilamente y regresamos a Pest cruzando otro puente río abajo. El lunes por la mañana fuimos al congreso y yo oí, entre otras, la ponencia sobre las traducciones de Sandor Marai al español que me interesaba.
La recepción que tuvo lugar en el patio de la embajada española fue muy agradable y hubo lo mismo tapas de caviar que pinchos de tortilla (omelette), además de un vino excelente. Laszlo me contó que tiene una hija chelista de 30 años que toca con la orquesta de la Opera y otra, flautista, de 23. Un mexicano que enseña en Graz con quien me había comunicado resultó muy simpático, pues exhalaba satisfacción, aunque nos habló bastante de sus problemas -- su hijo iba a nacer en esos días y él se iba a quedar sin su empleo; estaba casado con una húngara muy guapa y me contó que en México él se entretuvo comprando unos boletos y cuando subió al autobús en que iban a viajar, se encontró con que un compatriota yse había ido a sentar junto a su mujer, aunque no había más pasajeros. Después de comer con él en una fonda, nos encontramos a unas colegas eslovacas con las que fuimos a un café.
El día que volvimos a París, comimos en "Spinoza" un restaurante muy agradable del barrio judío donde hubiéramos debido comer siempre. De vuelta, me instalé en la Fondation danoise, donde observé que las chicas que vivían en mi piso habían puesto su foto en la puerta con una estrella de papel de aluminio, como si sus habitaciones fueran camerinos.

Mi habitación tenía muebles escandinavos y unas lámparas que parecían platillos voladores, una de pedestal y la otra de mesa. Desde la ventana, podía ver las casas de Suiza y Suecia, rodeadas de árboles, pero estaba en el cuarto piso, y me la pasé subiendo y bajando las escaleras, debido a que no hay elevador y la cocina está en el sótano que por un desnivel del terreno da a un jardín en el que hay algunas mesas y sillas. Dos o tres días después fui a Ghibert para buscar unos libros y en el boulevard St. Michel me encontré a Flora, y decidimos almorzar en la Residencia Concordia, donde ella se alojaba; en el camino compramos algunos víveres y un rollo de espárragos blancos que me costó once euros.
La Residencia Concordia se encuentra en el Barrio Latino, a unos metros de la turisteada rue Mouffetard, en un edificio restaurado hace poco, en cuyo interior hay todo un jardín con varios árboles, y cuando fui a buscar a Flora unos días después me encontré con que se estaba filmando un comercial en el vestíbulo. Desde el Barrio Latino – la llamada montaña de Ste, Geneniève ---- bajé muchas veces hacia el Sena y en la rue de Rosiers me compré uno de esos pasteles con semillas de amapola. Por la noche asistí a los conciertos que se realizaban en la Fondation des Etats Unis y otras residencias.

También recuerdo que un domingo fui a dar una vuelta por l'ile Saint Louis y le saqué fotos a unos músicos -- me he dedicado a tomarle fotos a músicos que tocan en las calles. Todas esas caminatas y las escaleras de la Fondation danoise me permitieron ponerme en forma, pues bajé cuatro kilos.
Por lo general, comía en el restaurante del Colegio español, que está junto a la casa de Suecia, y donde tienen con frecuencia una ensalada que se prepara con la raíz del apio, es decir un tubérculo parecido a una jícama que los franceses lograron desarrollar y que pesa entre 800 gramos y un kilo. Se ralla, como la zanahoria, y se le pone limón o mayonesa para que no ennegrezca.
La cocina francesa puede parecer bastante rebuscada, pero incluye platillos de una sencillez absoluta, como esta ensalada refrescante.


Publicado en Diario de Xalapa, 3 de abril 2011.

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