En septiembre 2018,
estuve unos días en Vigo con motivo de un congreso sobre migraciones y exilio,
donde leí una ponencia sobre Ribeyro. Desde París, volé un martes a Madrid y de
ahí a Vigo, pues un viaje en tren era muy complicado y no hubiera podido
hacerlo en un día.
En el avión desayuné un
emparedado de queso con mermelada de higo - buena idea- y me dieron
tempranillo. Yo llevaba un trozo de baguette con restos de un confit de canard
envuelto en papel de aluminio, pero solo me lo comí en el aeropuerto en Madrid,
mientras esperaba el segundo vuelo.
El hotel se hallaba junto
a la ría –o fiordo – y El corte inglés, donde busqué un libro, estaba cuesta
arriba. Vigo me recordó a San Francisco, porque del otro lado de la "ría",
es decir el fiordo, se ven cerros muy altos cubiertos de casas y de vegetación.
Observé que entre algunas calles paralelas hay una diferencia de altura
considerable, y en algunos lugares hay escaleras eléctricas cubiertas de vidrio
y una estructura metálica, pues llueve mucho.
Como ya había comido, me
limité a comprarme un litro de jugo de naranja y unas papitas. Al día siguiente
nos llevaron a la universidad, que está muy alejada, en los bosques y en el
autobús hablé con un joven peruano, que preparaba una tesis sobre Ribeyro, por
lo que luego lo invité a colaborar en el dossier que me publico Quimera.
Asistí a la conferencia
magistral de Maria Lojo sobre los gallegos en Argentina; la mayoría de los
"españoles" que emigraron a su país eran gallegos, dijo, pero se les
invisibiliza. Yo intervine para señalar que a veces ocurre lo contrario, pues
se llama "gallegos" a todos los españoles, y Borges cuenta que a su
abuela le molestó que la infanta hablara "como gallega". Además, un
colega de Toulouse me contó que un taxista le dijo en Buenos Aires "Qué
vas a ser francés, vos sos gallego".
Tuve la impresión de que
mis comentarios no le agradaron mucho. Después del almuerzo tomé el autobús de
vuelta, y llegué al centro apenas a tiempo para echarle ojo a una exposición
sobre Verne, que estuvo en Vigo en su yate en 1878; la exposición no era la
gran cosa, pero Verne siempre es interesante.
Más tarde encontré en el
vestíbulo a una colega que me acompañó al Guggenheim en Nueva York en el 2001 y
me fui con ella en autobús al coctel de bienvenida que nos ofrecían en un lugar
a medio camino de la universidad; regresé solo porque se me perdió en el
coctel, pero al día siguiente la volví a ver en el desayuno y me dijo que había
vuelto caminando, unos 4 kilómetros, calculaba, porque tardó alrededor de una
hora.
El jueves leí mi ponencia
y después volví al hotel y comí pulpos en un bar; una ración y un vino cuestan
igual que todo el menú, pero valió la pena. Después me subí a un bote que iba a
Cangas, a la entrada del fiordo, y en el viaje de regreso hablé con un peruano
que trabajaba en la embarcación; le comenté que al día siguiente había una
excursión a la isla de San Simón, y me dijo que en esa isla antes hubo un
presidio y que también había sido un leprosorio.
Me dejó preocupado, y en
hotel me puse a investigar. En realidad, la isla fue un lazareto desde 1842
hasta 1927, luego campo de concentración de presos políticos -- unos 6 mil
durante la Guerra civil -- y más tarde orfanatorio. También alojó antes un
monasterio de los templarios y Drake la saqueo y hundió una flota supuestamente
cargada de riquezas que nunca se han rescatado.
De cualquier modo, no fui a la excursión y aproveché el día para ir en tren a Pontevedra, donde caminé un poco y comí en un restaurante cuyo menú incluía ralla con gajos de papa fritos en su piel, que llaman "conchelos".
Al día siguiente volví a
Paris. Respecto a las escaleras, me dijo una estudiante - nuestra guía en el congreso
- que van a poner más, pues han tenido éxito; la gente las aprecia, y la ciudad
resulta más "amigable" con los viejos y han mejorado la movilidad. A
lo mejor en Xalapa se podría hacer algo parecido, para subir hacia el centro
por el callejón de Alonso Guido, paralelo a Bravo, junto al hospital, por
ejemplo; esto puede sonar utópico, pero ya se está haciendo en la Delegación
Álvaro Obregón de la Ciudad de México, donde se construyeron fraccionamientos
en barrancos.
Publicado en La Jornada el
julio 29, 2020
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