Todavía no sabía leer
cuando encontré un libro o parte de un libro desencuadernado en el caserón
donde vivía. Me llamó la atención un grabado en que aparecían dos hombres
hablando y una especie de ventana muy amplia, que no era rectangular, sino
redonda, pues detrás del vidrio se veía la cara de una extraña creatura.
Se lo mostré a mi mamá y
ella me dijo que ese libro había sido de su abuelo, que se trataba de un hombre
que había construido un submarino y que la extraña creatura que aparecía detrás
de la claraboya era un pulpo y que los pulpos tenían ocho extremidades que se
llaman tentáculos.
Mi abuela, que nos
escuchaba, aclaró que no era un pulpo, sino un “calamar”, que son parecidos. También
me dijo mi mamá que el libro lo había escrito Julio Verne, que además tenía
otros libros sobre un viaje al centro de la tierra y un viaje a la luna, así
como el de La vuelta al mundo en 80 días. Mi abuela dijo que había escrito
muchos más y mencionó el de “el correo del zar” y el de los hijos de un
capitán.
De momento, me impresionó
sobre todo la idea de un submarino, es decir de un barco que viajaba bajo el
mar “y no se le mete el agua”. Mi abuela me explicó que tenía compartimentos
que a veces se llenaban de agua para que el submarino se sumergiera y a veces
se vaciaban para que saliera a la superficie, pero no me quedó claro cómo se
podía sacar el agua.
Lo que sí me quedó claro
es que los libros encierran historias extraordinarias. Recuerdo muy bien ese
momento estelar, pues como el libro había sido del abuelo de mi mamá, a quien
le debíamos la casona donde vivíamos, era como si él me enviara un mensaje,
como si algo me quisiera decir. También recuerdo haber visto en casa un
ejemplar de las Mil y una noches y que mi madre me habló de Sherazada y Alí
Babá, Aladino y el genio de la lámpara, la alfombra mágica, Simbad el marino,
etcétera.
También escuché de niño
las historias de Adán y Eva, el arca de Noé, el cruce del Mar Rojo, la
destrucción de Sodoma y Gomorra, David y Goliat, Sansón y Dalila, etcétera y
las de la mitología griega, como la del rey Midas y Teseo hasta los
tradicionales cuentos para niños.
Posteriormente, mi mamá
me compró un libro ilustrado, rectangular, sobre Robinson, que me gustaba por
la imagen del náufrago en su choza con su escopeta, su perro y un loro. Mamá
Rosa me explicó que Robinson había estado varios años en una isla,
completamente solo, por desobedecer a su padre al embarcarse sin su
consentimiento, pero a mí no me parecía un castigo vivir en la choza con el
perro y el loro.
Así, en fin, me animaron
a leer, pues me daban información sobre libros, me resumían las historias y me
las comentaban, y eso es lo que hay que hacer para promover la lectura.
Publicado en Diario Xalapa el 4 de marzo de 2019