jueves, 2 de septiembre de 2010

España (1979)

A principios de junio de 1979 se celebró en las islas Canarias el primer congreso de escritores de lengua española.De México participaron José Emilio Pacheco y Arturo Azuela, que era uno de los principales organizadores y años después también organizó el congreso con que se conmemoró el cincuentenario de la creación del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. De Perú, asistieron Ribeiro y Rodolfo Hinostroza; también, el poeta Adolfo Westphalen. De España había poetas como Luis Rosales y Claudio Rodríguez, escritores como Armas Marcelo, Caballero Bonald y Grosso; de Uruguay, Eduardo Galeano y Onetti; de Argentina, Abel Posse.


El congreso atrajo además a algunos jalapeños como Froylán Flores y Sergio González Levet, del semanario Punto y aparte. También asistieron Lupita Escobar, que estudiaba en Madrid, y su hermana Leni, que había ido a visitarla. Antes de viajar a España, le pedí a Don Fernando Benítez que me diera una carta para acreditarme como enviado especial del suplemento Sábado, lo que me permitió conseguir alojamiento y acceso a las sesiones y a los cócteles. Los organizadores nos llevaron en autobús por la isla y recuerdo que me la pasé conversando con Juan Marichal, el historiador y profesor en Harvard, que entre otras cosas me contó que cuando estudiaba en el Colegio de México trabajó como velador en la Canada Dry y le dieron un revólver, que lo hizo comprender que la cosa iba en serio.

Hubo varios cócteles en los que nos daban ensaladas con unos pequeños tomates de las Canarias. También recuerdo que me reuní en el puerto con Lupe y Leni y a la hora del almuerzo nos metimos a una modesta fonda con piso de cemento recién lavado y cortinas de plástico donde nos sirvieron un excelente arroz con plátanos fritos, y luego nos fuimos a un café en la playa de Más palomas. También recuerdo una recepción en un casino donde hablé con Agustín Yáñez sobre su biografía de Santa Anna. Le dije que en el sitio que ahora ocupa el parque Los berros había una ciénaga que se desecó a fines del siglo XIX, es decir que el parque no existía en tiempos de Don Antonio, como él suponía. Le pregunté si estaría dispuesto a dar una conferencia en Xalapa, y él le dijo a su esposa que me diera su teléfono.


Yo había dejado de fumar, pero a veces recaía y en el puerto me compré un paquete con varias cajetillas de Gauloises (sin filtro, desde luego), y llevaba una, que coloqué sobre una repisa para anotar el teléfono en mi agenda. De reojo pude ver que Yáñez tomaba la cajetilla y se la guardaba en el bolsillo del saco, siempre con su cara impasible. No me atreví a pedírselos, aunque también él se dio cuenta de que lo había visto. -Imagínate lo que habrá hecho en la Secretaría de Educación, me dijo alguien cuando le conté. No era un cleptómano, sin embargo, lo que se ocultaba detrás de su rostro impenetrable sino un chamaco maldadoso y un pesado bromista.

Años después, me contó Beatriz Espejo que había sido su maestro en la UNAM y la mandó llamar cuando lo nombraron Secretario de Educación. -Hay un puesto que te puede interesar, le dijo por teléfono. Cuando ella lo fue a ver, primero la hizo esperar un buen rato y cuando finalmente la recibió, le dijo a su secretaria: -Busque la carta que nos mandó la secundaria donde necesitan una profesora de español. Seguro en su interior se botaba de la risa. --Ja, já, qué creidota.



Tenía, en fin, un sentido del humor muy especial y ya se pueden imaginar que nunca lo llamé para que viniera a Xalapa. Después del congreso, Don Luis Rosales nos invitó a Hinostroza y a mí a su casa, en Madrid donde pasamos un buen rato conversando, y después, aproveché la oportunidad para entrevistar a Donoso, a quien había conocido durante la Feria del Libro en Francfurt tres años antes. Entonces le pregunté si conocía Tlacotalpan, donde se ambienta uno de sus cuentos, “El güero”, y me dijo que había estado en Xalapa y ahí había conocido a Gabriela Mistral, que se alojaba el Lencero. No le pude sacar más en ese momento, pero en Madrid lo llamé para pedirle una entrevista y me dio cita.

Lupe Escobar me acompañó a su casa, se encargó de grabar la entrevista y me tomó unas fotos que estuve buscando en estos días, pero no he podido encontrar. La entrevista se publicó en el Sábado, y así cumplí con Benítez. Después, decidí aprovechar mi viaje para echarle un vistazo a Mérida, y de ahí viajar a Sevilla y Granada, pues no conocía yo Andalucía.

En Mérida, cuando recorría las ruinas romanas, apareció un grupo de muchachos que emitían sonidos gangosos y gesticulaban de una manera inquietante, como en una película de Buñuel: eran sordomudos que hacían una excursión. Luego me detuve a comprar unas postales en un kiosko que se hallaba la entraba y cuando las pagué, pude ver que la vendedora tenía la mitad de la cara completamente desfigurada por quemaduras. En el hotel, la propietaria se mostró muy amable, pero después de las experiencias que había tenido esa tarde, yo no estaba muy tranquilo.

Al día siguiente tomé un autobús a Sevilla donde le eché un vistazo a la Giralda y me quedé esa noche. Al día siguiente, viajé a Granada para conocer la Alhambra. Me alojé en un hotel frente a un antiguo café donde pude apreciar la belleza de las andaluzas y algunas turistas extranjeras que al parecer habían ido para mostrar que en sus países tenían con qué concursar. El café por cierto estaba amenazado por la próxima demolición del edificio en que se encontraba y había un grupo de personas empeñadas en preservarlo. Me quedé con las ganas de ir a Málaga y otros lugares de la costa, pues tuve que volver a Madrid y de ahí a México con todo un cargamento de libros sobre Lope de Aguirre.







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