martes, 29 de septiembre de 2020

Mi iniciación a la lectura




Todavía no sabía leer cuando encontré un libro o parte de un libro desencuadernado en el caserón donde vivía. Me llamó la atención un grabado en que aparecían dos hombres hablando y una especie de ventana muy amplia, que no era rectangular, sino redonda, pues detrás del vidrio se veía la cara de una extraña creatura.

Se lo mostré a mi mamá y ella me dijo que ese libro había sido de su abuelo, que se trataba de un hombre que había construido un submarino y que la extraña creatura que aparecía detrás de la claraboya era un pulpo y que los pulpos tenían ocho extremidades que se llaman tentáculos.

Mi abuela, que nos escuchaba, aclaró que no era un pulpo, sino un “calamar”, que son parecidos. También me dijo mi mamá que el libro lo había escrito Julio Verne, que además tenía otros libros sobre un viaje al centro de la tierra y un viaje a la luna, así como el de La vuelta al mundo en 80 días. Mi abuela dijo que había escrito muchos más y mencionó el de “el correo del zar” y el de los hijos de un capitán.

De momento, me impresionó sobre todo la idea de un submarino, es decir de un barco que viajaba bajo el mar “y no se le mete el agua”. Mi abuela me explicó que tenía compartimentos que a veces se llenaban de agua para que el submarino se sumergiera y a veces se vaciaban para que saliera a la superficie, pero no me quedó claro cómo se podía sacar el agua.

Lo que sí me quedó claro es que los libros encierran historias extraordinarias. Recuerdo muy bien ese momento estelar, pues como el libro había sido del abuelo de mi mamá, a quien le debíamos la casona donde vivíamos, era como si él me enviara un mensaje, como si algo me quisiera decir. También recuerdo haber visto en casa un ejemplar de las Mil y una noches y que mi madre me habló de Sherazada y Alí Babá, Aladino y el genio de la lámpara, la alfombra mágica, Simbad el marino, etcétera.

También escuché de niño las historias de Adán y Eva, el arca de Noé, el cruce del Mar Rojo, la destrucción de Sodoma y Gomorra, David y Goliat, Sansón y Dalila, etcétera y las de la mitología griega, como la del rey Midas y Teseo hasta los tradicionales cuentos para niños.

Posteriormente, mi mamá me compró un libro ilustrado, rectangular, sobre Robinson, que me gustaba por la imagen del náufrago en su choza con su escopeta, su perro y un loro. Mamá Rosa me explicó que Robinson había estado varios años en una isla, completamente solo, por desobedecer a su padre al embarcarse sin su consentimiento, pero a mí no me parecía un castigo vivir en la choza con el perro y el loro.

Así, en fin, me animaron a leer, pues me daban información sobre libros, me resumían las historias y me las comentaban, y eso es lo que hay que hacer para promover la lectura.

Publicado en Diario Xalapa el 4 de marzo de 2019


lunes, 28 de septiembre de 2020

Leer un libro es abrir la puerta a nuevos paisajes y otros mundos 

"Para leer tenemos que estar motivados, ya sea que alguien nos haya recomendado un libro o al menos nos haya hablado de él”: Juan José Barrientos 



El investigador de la Universidad Veracruzana (UV), Juan José Barrientos Contreras, consideró que leer un libro es abrir una puerta a otros mundos y otras personas, al mismo tiempo que lamentó que en México se lea menos que en otros países.

Escritor, crítico literario y traductor, Juan José Barrientos ha dedicado parte de su trayectoria profesional a promover la lectura, abarcando diversos géneros, “porque para leer tenemos que estar motivados, ya sea que alguien nos haya recomendado el libro, nos haya hablado de él o nos comparta un resumen”.

Recordó que en los ochenta empezó a colaborar en el programa La revista que se transmitía a través de Televisión Universitaria, donde reseñó algunos libros que le parecieron interesantes; años después colaboró en el programa Más cultura de Radio Televisión de Veracruz.

En esos programas comentó brevemente libros como el de Arturo Casado Navarro sobre Gerardo Murillo, el Dr. Atl, y La feria de la vida, de José Juan Tablada, que es una autobiografía donde menciona su estancia en Bogotá, Colombia, “una ciudad que por cierto compara con Xalapa, aunque yo no le encuentro parecido pues es mucho más grande y se encuentra en una planicie muy extensa, y el cerro de Monserrat es mucho más alto que el Macuiltépetl de esta ciudad”. Añadió que se puede subir en funicular o en teleférico.

Acotó que no sólo se ocupó de obras literarias, sino también de la Historia de la tecnología publicada por la editorial Siglo XXI en tres volúmenes de bolsillo, “con datos interesantes como el del médico escocés al que se le ocurrió ponerle caucho a las ruedas de la bicicleta de su hijo que antes estaban cubiertas con tiras de corteza de un árbol”.

Para Más Cultura reseñó Memoria de Rosario Ferré, a quien conoció porque estuvo casada con un amigo, y Mi vida por el mundo de Manuel Maples Arce (ver enlace al video abajo).

“Me llamaban de RTV para citarme en un café junto a la Casa del Lago, donde hablaba de dos o tres libros y grababan las reseñas, pero desde el periodo de Yunes Linares no me dan chance”, se quejó.

Además de participar en programas de televisión, Juan José Barrientos publica sus reseñas en el Diario de Xalapa y otros periódicos locales.

“Hace unos meses, por ejemplo, escribí una breve reseña de Nahui Olin, la mujer del sol, de Adriana Malvido, que luego amplié y mandé a Tierra Adentro, ambas tituladas “Aquellos ojos verdes”, todavía se pueden ver en la nube.

”Otras que originalmente aparecieron en el Diario de Xalapa las envié luego a la Revista Cronopio –que publican unos muchachos en Estados Unidos– como la del Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica y la de Borges en la antología de la literatura fantástica, de Daniel Zavala.

”También me publicaron en la página de la UV una reseña de Mente joven, un libro sobre la alimentación escrito por un gerontólogo que enseña en Harvard.

”Para mí es muy importante publicar en los periódicos locales y no sólo en revistas literarias o misceláneas”, agregó. Además de reseñas, ha publicado una antología de cuentos y relatos de Ribeyro, para promover la lectura, y tiene otra de cuentos y ensayos de Tournier, que tradujo y aún no se publica.

Trata de compartir sus lecturas para devolverle a la sociedad el apoyo que recibe como investigador.

José Luis Couttolenc Soto

Enlace a Mi vida por mundo de Maples Arce:  https://youtu.be/hnL2L6mbc4c

Publicado en Universo, sistema de noticias UV el 15 de junio de 2019

 


domingo, 27 de septiembre de 2020

Una visita a la casa de Julio Verne

 


Al llegar a Amiens me dirigí a la oficina de turismo, que se encuentra  junto a la catedral, y, después de obtener un mapa, me di una vuelta por los canales, que no me impresionaron mucho.
      Como  ya era hora de comer, entré a un restaurante que me agradó  y pedí el plat du jour y un vaso de sidra, que es lo que se toma en Normandía.
       Después, caminé un poco hacia el Hotel de ville, que no es ninguna maravilla, y luego a la maison de Jules Verne, que no está junto a un canal, sino a un zanjón por donde pasa el tren.
Ante el portón, vi a unos jóvenes que esperaban la reapertura de la casa, que cierra entre las doce y las catorce horas para que los empleados puedan comer. Después, llego una familia y varias parejas.
       Hay otras casas de ladrillos rojos sin revocar tanto de un lado como el otro, por lo que se puede deducir que no estaba en los barrios bajos, pero con las regalías de sus libros Verne se pudo haber comprado una villa en la Costa azul.
         Se estableció en Amiens por su esposa, que era de ahí y quería dar fiestas y presumirle a sus amistades.
         En fin, recorrí la planta baja donde a la entrada se pueden ver tres carteles de algunas de las películas basadas en sus novelas: L'étoile du Sud, cuya adaptación estuvo a cargo de Jean Giono, con Ursula Andress, George Segal y Orson Welles, Michel Strogoff con Curd Jurgens y Geneviève Page y Dos años de vacaciones con Pablito Calvo.
       En seguida, hay una especie de porche con vidrieras tipo invernadero y ahí, además de algunas cactáceas y otras plantas, hay una maqueta del Nautilus hecha de madera y otros materiales en 1978 por cuenta de la mairie (alcaldia)que celebraba el año del escritor.
        Los realizadores se basaron en la descripción del submarino de 20 mil leguas de viaje submarino y las ilustraciones de Hetzel.
        Luego hay varias salas con arañas de cristal, muebles antiguos, alfombras gastadas, y sobre una cómoda unas 17 fotos, tres arriba, diez en segunda fila y cuatro abajo. Enfrente, el retrato más conocido del escritor.
        Después de estas salas, pasa uno a otra habitación donde se encuentra una escalera de caracol de fierro con peldaños de madera y alrededor libreros con ejemplares de los libros ilustrados por Hetzel, que fueron el equivalente de las películas de Spielberg y Walt Disney.
       Entre estos libros, destaca la portada de Claudius Bombarnac en que aparece un vapor, pues se trata de un dibujo que se podría confundir con una fotografía.
        En la segunda planta, frente a la escalera hay una habitación que parece la cabina de un bote y otras habitaciones, donde vi las fotos de una reportera que entrevistó al escritor en 1895, así como un ejemplar del libro en que recogió su entrevista.
        Se llamaba Nelly Bly, y, al día siguiente, vi en el aparador de una librería un ejemplar de su libro, La vuelta al mundo en 72 días, y lo compré.
        También vi en otra vitrina una foto de Edmundo de Amicis que visitó a Verne el 20 de octubre de 1895 y escribió una crónica.
        Por otra escalera disimulada por una puerta con el letrero "Sortie de sécours" (Salida de emergencia), se puede acceder al desván, donde colgaban las maquetas de madera de una embarcación que no logré identificar con  hélices en la popa y la proa e innumerables rehiletes en la cubierta y una especie de dirigible del que colgaba una balsa.
         También vi ahí  la reproducción de una foto del yate del escritor, en la bahía  de Nápoles, y

el cartel de la película basada en L'île mystérieuse, con Lionel Barrymore.
          En general, la casa del escritor me dejó una impresión de abandono y negligencia, sin duda relacionadas con el hecho de que en Francia no se le considera un escritor “serio”, sino alguien que tuvo éxito confeccionando relatos de aventuras en los que aprovechó toda la información disponible.
          No se aprecia que haya iniciado a varias generaciones en la lectura.
          Hay más de 25 películas sobre sus novelas, me escribe Lauro Zavala, que cree que “Esas películas tendrían que estar ahí, por lo menos a la venta, además de sus libros, docenas de postales y otros materiales”. Me asegura que algunas han sido objeto de más de 3 adaptaciones y que “son realmente memorables las que se hicieron en la escuela checa de animación (Karel Kapek y otros”).
          En la casa hay una sala de proyecciones, pero muy reducida.
           Hace poco El país reeditó algunas de sus novelas, y creo que se debería hacer parecido en México. 
         Bajé luego y caminé hacia la gare, donde vi que había un tren a Paris a las 15:36 y lo abordé, pero antes pasé a un Monoprix para comprarme una botella de té Lipton.
         Qué diría Verne sobre el atentado en Niza, me preguntaba, durante mi viaje de regreso a París.
         El escritor que en su tiempo encabezó toda una industria del entretenimiento y vislumbró un futuro luminoso, gracias a los progresos técnicos y científicos, no se imaginó  que millones de musulmanes se establecerían en su país y menos que un fanático utilizaría un camión para agredir a una multitud que celebraba el inicio de la Revolución francesa  ni las masacres del Bata clan y Charlie Hebdo   

Publicada en el Diario de Xalapa 

sábado, 26 de septiembre de 2020

Impresiones de Vigo

En septiembre 2018, estuve unos días en Vigo con motivo de un congreso sobre migraciones y exilio, donde leí una ponencia sobre Ribeyro. Desde París, volé un martes a Madrid y de ahí a Vigo, pues un viaje en tren era muy complicado y no hubiera podido hacerlo en un día.

En el avión desayuné un emparedado de queso con mermelada de higo - buena idea- y me dieron tempranillo. Yo llevaba un trozo de baguette con restos de un confit de canard envuelto en papel de aluminio, pero solo me lo comí en el aeropuerto en Madrid, mientras esperaba el segundo vuelo.

El hotel se hallaba junto a la ría –o fiordo – y El corte inglés, donde busqué un libro, estaba cuesta arriba. Vigo me recordó a San Francisco, porque del otro lado de la "ría", es decir el fiordo, se ven cerros muy altos cubiertos de casas y de vegetación. Observé que entre algunas calles paralelas hay una diferencia de altura considerable, y en algunos lugares hay escaleras eléctricas cubiertas de vidrio y una estructura metálica, pues llueve mucho.

Como ya había comido, me limité a comprarme un litro de jugo de naranja y unas papitas. Al día siguiente nos llevaron a la universidad, que está muy alejada, en los bosques y en el autobús hablé con un joven peruano, que preparaba una tesis sobre Ribeyro, por lo que luego lo invité a colaborar en el dossier que me publico Quimera.

Asistí a la conferencia magistral de Maria Lojo sobre los gallegos en Argentina; la mayoría de los "españoles" que emigraron a su país eran gallegos, dijo, pero se les invisibiliza. Yo intervine para señalar que a veces ocurre lo contrario, pues se llama "gallegos" a todos los españoles, y Borges cuenta que a su abuela le molestó que la infanta hablara "como gallega". Además, un colega de Toulouse me contó que un taxista le dijo en Buenos Aires "Qué vas a ser francés, vos sos gallego".

Tuve la impresión de que mis comentarios no le agradaron mucho. Después del almuerzo tomé el autobús de vuelta, y llegué al centro apenas a tiempo para echarle ojo a una exposición sobre Verne, que estuvo en Vigo en su yate en 1878; la exposición no era la gran cosa, pero Verne siempre es interesante.

Más tarde encontré en el vestíbulo a una colega que me acompañó al Guggenheim en Nueva York en el 2001 y me fui con ella en autobús al coctel de bienvenida que nos ofrecían en un lugar a medio camino de la universidad; regresé solo porque se me perdió en el coctel, pero al día siguiente la volví a ver en el desayuno y me dijo que había vuelto caminando, unos 4 kilómetros, calculaba, porque tardó alrededor de una hora.

El jueves leí mi ponencia y después volví al hotel y comí pulpos en un bar; una ración y un vino cuestan igual que todo el menú, pero valió la pena. Después me subí a un bote que iba a Cangas, a la entrada del fiordo, y en el viaje de regreso hablé con un peruano que trabajaba en la embarcación; le comenté que al día siguiente había una excursión a la isla de San Simón, y me dijo que en esa isla antes hubo un presidio y que también había sido un leprosorio.

Me dejó preocupado, y en hotel me puse a investigar. En realidad, la isla fue un lazareto desde 1842 hasta 1927, luego campo de concentración de presos políticos -- unos 6 mil durante la Guerra civil -- y más tarde orfanatorio. También alojó antes un monasterio de los templarios y Drake la saqueo y hundió una flota supuestamente cargada de riquezas que nunca se han rescatado.

 De cualquier modo, no fui a la excursión y aproveché el día para ir en tren a Pontevedra, donde caminé un poco y comí en un restaurante cuyo menú incluía ralla con gajos de papa fritos en su piel, que llaman "conchelos".

Al día siguiente volví a Paris. Respecto a las escaleras, me dijo una estudiante - nuestra guía en el congreso - que van a poner más, pues han tenido éxito; la gente las aprecia, y la ciudad resulta más "amigable" con los viejos y han mejorado la movilidad. A lo mejor en Xalapa se podría hacer algo parecido, para subir hacia el centro por el callejón de Alonso Guido, paralelo a Bravo, junto al hospital, por ejemplo; esto puede sonar utópico, pero ya se está haciendo en la Delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México, donde se construyeron fraccionamientos en barrancos.

Publicado en La Jornada  el julio 29, 2020


viernes, 25 de septiembre de 2020

Hace 40 años tener un doctorado causaba recelo: Juan José Barrientos

  El investigador celebra cuatro décadas de haber egresado del Doctorado en Lingüística y Literatura de El Colegio de México



David Sandoval Rodríguez

El 23 de enero 1978, Juan José Barrientos Contreras obtuvo el grado de doctor en Lingüística y Literatura Hispánicas por El Colegio de México (Colmex); orgulloso compartió que fue el primer egresado de la Universidad Veracruzana (UV) que obtuvo un doctorado “y todavía no me lo perdonan”, ironizó.

A 40 años de dicho acontecimiento, el propio investigador narra las vicisitudes que le sucedieron antes, durante y después de haber concluido los estudios de posgrado con una investigación sobre Jorge Luis Borges, la cual años después (en 1985) le permitió ganar el Premio Nacional de Ensayo Literario “José Revueltas”.

“Yo era un estudiante de letras y un amigo me dijo que algunas personas de El Colegio de México habían venido a reclutar estudiantes, pero yo quería estudiar en Princeton o alguna otra universidad parecida en Estados Unidos.”

De cualquier modo, fue al Colmex y habló con Antonio Alatorre, quien era director del Centro de Estudios Lingüísticos y también enseñaba en Princeton; fue Alatorre quien le sugirió ingresar al doctorado, que tenía una duración de tres años.

“Cuando lo fui a ver, los estudiantes ya habían terminado el primer año, que era propedéutico, pero me dijo que podía entrar directamente al doctorado, por lo que regresé a la UV a hablar con Dionisio Pérez Jácome, que era director de Educación Superior, y se encargó de que el rector Fernando García Barna me otorgara una beca.”

Al inicio eran 25 estudiantes, pero fueron muy pocos los que lograron finalizar el doctorado. Relató que en esa época en el Colmex contrataron a reconocidos profesores de todo el mundo, como Eugenio Coseriu, un rumano que vivió en Uruguay y era profesor en la Universidad de Tubinga en Alemania.

También a Rafael Lapesa, quien escribió Historia de la lengua española y era profesor en la Universidad Complutense de Madrid; otro profesor era Maxime Chevalier, de Burdeos, que era experto en literatura medieval y europea; James Irby, de la Universidad de Princeton, que impartía literatura hispanoamericana, y Klaus Heger, de la Universidad de Heidelberg, Alemania, quien impartió un curso de lexicología.

“Regresé a la UV –el contrato que había firmado por la beca me obligaba a trabajar por lo menos dos años para la Universidad– y así empecé a recibir un sueldo como investigador de tiempo completo en enero de 1969.”

Entre 1970 y 1976, Juan José Barrientos realizó distintas estancias en universidades europeas, la primera de ellas al recibir una beca del Servicio de Intercambio Académico Alemán y otras de la UV y la Secretaría de Educación Pública para acudir a la Neuphilologische Fakultät de la Universidad de Heidelberg, de 1970 a 1972.

Posteriormente recibió la invitación para incorporarse como lector en la Universidad de Toulouse-Le Mirail en Francia, de 1972 a 1974, y luego en la Universidad de París IV, la Sorbona, donde laboró como lector de 1974 a 1976. En Francia escribió su tesis sobre Borges y decidió volver a México para defenderla en el Colmex.

“He lamentado mucho haber dejado mi puesto en la Sorbona, donde me reemplazó un uruguayo que se quedó hasta que falleció, pero al menos me traje una francesa, que ha sido mi flotador, pues sin ella me hubiera hundido”, manifestó. El hecho de que tuviera un doctorado al principio generaba animadversión, “ahora es algo común y aceptado, pero los egresados de la UV que han logrado obtener el título en instituciones prestigiosas de otros países se encuentran con todo tipo de trabas para que se lo reconozcan; por suerte, esto ha cambiado por un acuerdo del Secretario de Educación publicado en el Diario Oficial de la Federación –hace unos meses– y por el cual ya no se requiere la revalidación para incorporarse al personal académico de una universidad.

”Para obtener la revalidación era necesario que en México existiera un posgrado equivalente; no se podía revalidar un doctorado en semiótica, por ejemplo, pero ahora ya se acepta.”

En este punto hizo un llamado a las autoridades actuales de la UV para que actualicen la “Guía para los concursos de oposición” y la reglamentación relacionada.

«Los tabuladores requieren una revisión especial pues no concuerdan con la política de superación académica de la UV y el Programa para el Desarrollo Profesional Docente para el Tipo Superior (Prodep, antes Promep), que les han dado facilidades y recursos a muchos académicos para que obtengan posgrados en instituciones del extranjero.»

Barrientos Contreras planteó que existe una contradicción que debe resolverse; por un lado, tenemos una política de superación académica y se les dan beca y préstamos a los profesores para que obtengan doctorados y, por otro, se les ponen trabas a quienes ya los obtuvieron y tratan de obtener una plaza.

Publicada en Universo sistema de noticias de la UV el 22/01/2018

martes, 5 de octubre de 2010

Un coctel parisino (2007)


Me encontraba en un coctel en medio de un congreso sobre literatura en París cuando un colega alto y desgarbado observó el gafete que tenía yo sobre mi saco de lino. ¿Xalapa?-dijo-. Yo estuve ahí dos veces con Tim Richards. -Sigue hecho un vegetal- agregó luego de una pausa. Nunca se recuperó.

¿Qué le pasó?, acerté a preguntar. ¿No lo sabías?, repuso. Tuvo un accidente y estuvo en coma dos años. Mencionó luego que su hija se había casado y el chico estudia no sé qué. De pronto, la imagen de Tim Richard emergió en mi memoria. Era un inglés que parecía una especie de chico inflado, con una mirada chispeante de satisfacción, como si alguien lo estuviera elogiando o acabara de realizar alguna proeza intelectual o deportiva.

 En cierta ocasión, yo me encontraba con Edna, una amiga que también lo conocía y él se detuvo a ver mi corbata. Esa era la corbata de mi escuela, nos dijo. No agregó ningún otro comentario, pero todos sentimos como si de repente lo hubiera alcanzado un torbellino de recuerdos y por un momento se hubiera convertido en un chico inglés con su blazer azul marino y la corbata. Se trataba de una corbata con rayas diagonales negras, blancas y azules, que me compré en Londres hace años.

Timothy, por lo demás, no era un amigo mío; yo apenas lo traté, pero lo recordaba porque visitaba Xalapa durante los veranos con un grupo de estudiantes de una universidad del Medio Oeste—Kansas, me parece. Alguna vez me comentó que el clima en Kansas era espantoso, pues en invierno hacía mucho frío y en verano la temperatura rebasaba los 35 °C. ¿De qué sirve un buen sueldo, si te gastas una buena parte en calefacción y aire acondicionado? Como buen inglés, Timothy ansiaba el mar, tanto más que vivía a unos mil kilómetros de la costa, en las planicies americanas, pero se las había arreglado para que le encargaran el Programa de verano y así cada año pasaba dos meses en Xalapa; incluso se las arregló para pasar ahí todo un sabático. Alquiló una casa bastante amplia y aprovechaba los fines de semana para bajar a la playa con su mujer y niños en una camioneta de doble tracción.

Alguna vez yo los vi empacando con toda la excitación de un fin de semana por delante. Las playas del Golfo no son las más espectaculares del planeta, pero precisamente a unos 90 km de Xalapa se encuentra la barra de Chachalacas, cuyas imponentes dunas, asentadas a unos 50 kilómetros al norte del puerto de Veracruz, se levantan por arriba de los 80 metros. Y ahí precisamente se encuentra el hotel del Instituto de Pensiones, con albercas, chapoteaderos, un tobogán y búngalos.

Cada vez que me sentía perdido en Xalapa, lejos del mundanal ruido, me reconfortaba pensando que había un inglés para el que Xalapa era el paraíso. Y ahora me enteraba de que ese inglés había tenido un accidente y no había podido ver crecer a sus hijos ni acompañar a su hija el día de su boda…
-Llévenlo a la playa, pensaba en el metro.¿Por qué no lo llevan a la playa? No se va a recuperar en un hospital, pero si lo ponen en la playa en una tumbona debajo de un quitasol, seguro revive. Y el vagón en que viajaba se adentraba en un túnel oscuro que parecía ir a desembocar en una comarca desolada, por un paisaje de escombros donde se hubieran librado intensos combates y sólo quedaran edificios devastados por la artillería y las bombas; sin embargo, me encontraba en París.




Había llegado unas semanas antes, a tiempo para ayudar a mi hija a pegar carteles anunciando su recital de piano en la Maison du Mexique, que cuenta con un Steinway de concierto. Flora había tomado un curso anual de perfeccionamiento con Erik Berchot, un discípulo de Germaine Mounier, que cuando tenía veinte años ganó todos los concursos importantes del planeta -- el Marguerite Long (Francia), Viotti (Italie), Maria canals (Espagne), Young Concert Artist (U.S.A. à New york) y el Frédéric Chopin (Polonia), pero no resultó tan buen docente como intérprete. El grupo estaba integrado sobre todo por estudiantes japoneses y coreanos, entre los que destacaba Makiko, una chica muy delgada que sin embargo tocaba con mucha energía. Flora observó que llevaba unas bolsitas de tela llenas de yerbas que apretaba antes de tocar para energizarse y además se ponía unos zapatos que llevaba en su bolsa. En cierta ocasión, le regaló a Flora una bolsita, y ella sintió que el zumo de las yerbas estimulaba la circulación y le calentaba las manos, como si ya hubiera estado tocando un rato. El caso es que Berchot se concentró en Makiko y no atendió mucho que digamos al resto del grupo; incurrió incluso en comentarios sarcásticos con algunos estudiantes, que es lo peor que puede hacer un profesor de piano. Aunque con Flora se portó bien, al final de curso ella todavía tenía algunos problemas con la sonata n° 3 opus2 de Beethoven.

Ella había escogido esa obra porque se la escuchó a Eliane Reyes, una pianista tres años mayor, y yo le sugerí por eso que la llamara y le preguntara si no le podría escuchar y aconsejar. Eliane accedió y en un dos por tres le resolvió todos los problemas. Así pudo dar su recital el 17 de junio en la Maison du Mexique y prepararse para la gira que tenía agendada para las vacaciones y durante la cual volvió a interpretar ese recital en el auditorio del Instituto Superior de Música, en Xalapa el miércoles 25 de julio a las 18:00 horas, y en el Teatro Clavijero en el puerto de Veracruz el siguiente viernes; el viernes 3 de agosto a las 20:00 horas se presentó en el Aula Magna del Centro Nacional de las artes en el Distrito Federal, iniciando el ciclo de solistas que anualmente celebra ese organismo y posteriormente, lo volvió a tocar en la Sala Chica del Teatro del Estado el jueves 9 de agosto a las 19:00 horas, donde aprovechamos la oportunidad para grabarlo. Me alegraba estar de nuevo en la capital francesa, pero al mismo tiempo experimentaba una sensación de fracaso, pues a estas alturas de la vida estaba lejos de contar con los recursos de otros hombres de mi edad. No me alojaba en un hotel de cinco estrellas, sino en la Fondation argentine, una residencia para estudiantes, donde además había aprovechado la tarifa para reservar una habitación primero por quince días y luego por otros quince días, dejando entre ambos periodos unos días para un breve viaje a Londres, donde cada vez que voy a Europa aprovecho para investigar en la biblioteca del British Film Institute. Flora habitaba entonces en la Residence Concordia en el Barrio Latino, un edificio agradable con árboles y un jardín interior. No había sido fácil conseguir ahí una habitación, pues Catherine le tuvo que escribir a una senadora que representa a los franceses del extranjero, y ella intervino para que le dieran alojamiento a partir del 1° de febrero 2007, pero antes tuvo que vivir a salto de mata, pues primero se alojó en la Fondation argentine durante mes y medio y luego en la Maison Henrich Heine, donde una amiga le dejó su habitación durante seis semanas en que viajó a México para tocar allá como solista.

El año anterior yo me había podido alojar en la Maison des étudians suedois, que es muy agradable, pero esta vez no tenían sitio y me tuve que quedar en la Fondation argentine, donde Flora ya era conocida. Por las noches, cenábamos juntos una ensalada griega de tomates con aceitunas negras y queso feta rociada con vinagre balsámico y aceite de oliva mientras Flora me hablaba de sus amigos y experiencias en París. Flora ya había estado en Londres, pero quería volver a Inglaterra y se me pegó. El viaje se complicó porque ella no se quería perder la última clase del año con Berchot y debido a eso tuvimos que partir después de mediodía. Primero viajamos a Lille, luego a Calais, y de ahí en autobús al muelle, donde abordamos el ferry. Comimos fish and chips y pronto avistamos los blancos acantilados—the white cliffs. Por la noche llegamos al Astor College, donde nos alojamos. Se trata de una residencia para estudiantes de la London University College muy cerca de Tottenham Court Road. Un edificio de siete pisos en cuyo patio hay por lo menos un árbol y un estanque con unos peces rojos bastante grandes – como de tres, cuatro o cinco kilos. Flora era la segunda vez que se alojaba en el edificio, pues ya había estado antes con Catherine, y en esa ocasión hicieron excursiones a Oxford y Cambridge. También yo me había alojado ahí antes, y el año anterior estuve ahí unos días. Entonces había hecho el viaje en el Eurostar por el túnel bajo el canal de La Mancha, pero ahora no pudimos conseguir boletos a tiempo.

El piso estaba ocupado por unas jóvenes americanas procedentes de Georgia y unos mochileros de Italia que se la pasaban amasando sus pizzas en la mesa del comedor. En el supermercado cercano, compramos spaghetti y alguna salsa para cenar; cereales para el desayuno y leche de cabra que le encantó a Flora y en Francia no se consigue. Durante los siguientes días Flora recorrió las tiendas de Oxford Street mientras yo investigaba en la biblioteca del Bristih Film Institute,; por supuesto, fuimos a la National Gallery y a la National Portrait Gallery y caminamos a orillas del Támesisen el, South Bank. A mediodía comimos el famoso pato laqueado a la cantonesa con arroz y té de jazmín en un restaurant chino de Soho. Por las tardes descansábamos en una librería Borders, en cuyo segundo piso hay un café donde nos instalábamos junto a las ventanas, frente a Fowles. Se pueden leer todos los periódicos y revistas que uno pueda sin pagar un centavo. Los periódicos abundaban en noticias de crímenes perpetrados por jóvenes pandilleros que apuñalaban a otros muchachos --- uno asesinó a una enfermera que salió a fumar un cigarrillo. Los ingleses necesitan al parecer este tipo de noticias para sentirse vivos.

De vuelta tomamos de nuevo el ferry. Flora voló a México después, y yo me quedé unos días más para leer en un congreso mi ponencia sobre Ribeyro. El incidente del coctel no me dejaba. Yo he viajado sobre todo por Europa y los Estados Unidos, pero cuando pienso en todos mis viajes tengo que reconocer que siempre he ido a buscar algo, no sé qué. Tal vez una revelación. ..y aquello me parecía una revelación. Después de todo, a mí no me había ido tan mal.

El tiempo pasa. Yo iba en el metro saliendo de aquel coctel y luego de repente ya estaba en el aeropuerto y volaba de vuelta. Tomaba el vuelo a Veracruz y en el puerto el minibús a Xalapa. Y mientras iba en el metro y el metro se convertía en un avión y luego en otro y luego en el minibús que remontaba las montañas rumbo a Xalapa, recordaba otros viajes y repasaba mi vida.

Publicado en El jardín secreto (Suplemento de la Escuela de escritores Sergio Galindo, reconocida por la SOGEM).







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lunes, 4 de octubre de 2010

París-Londres (1985)


























En mayo de 1985, volé a París para participar en un coloquio sobre “Lo fantástico y lo lúdico en la obra de Cortázar”, que se realizó en Poitiers a fin de mes.
Antes, pasé unos días en Londres para entrevistar a Del Paso sobre Noticias del imperio, que aún no se publicaba, pero de la que ya habían aparecido algunos avances prometedores – “El corrido del tiro de gracia”, entre ellos. Tuve que irme a Lille en tren y transbordar a Calais, donde tomé el ferry de la P&O para cruzar el canal, y en Dover abordé un tren a Londres. Volvería yo a hacer este viaje en 1996 y 1997 para investigar durante unos días en la biblioteca del British Film

Institute que es la más completa sobre cine, así como en el 2006 con mi hija Flora, que estudiaba en París; lo mejor del trayecto es la vista de los blancos acantilados, the white cliffs, y el tramo en ferry, que aproveché para comer fish and chips con un poco de vino blanco. También volví en el 2005, pero esa vez este viaje lo hice a bordo del Eurostar.

Me alojé entonces en un hotel muy agradable llamado Swiss cottage, que se encuentra muy cerca de la estación del metro del mismo nombre y parece una Gasthaus. Del Paso, muy amable me invitó a cenar en su casa con su esposa y la mayor de sus hijas,y al día siguiente lo entrevisté en la BBC, donde trabajaba. Hablamos en una cabina y él mismo se ocupó de la grabación. La entrevista se publicó luego en Vuelta y se puede ver en la red. En París, llamé a Ribeyro, que me invitó a almorzar. Yo lo había conocido unos diez años antes durante un coloquio sobre la difusión de la literatura latinoamericana que se celebró en Sprendlingen, no lejos de Francfurt, unos días antes de la Feria del Libro que en 1976 se dedicó a la América Latina, y después de eso conversamos en París varias veces.
Cuando volví a México, intercambiamos algunas cartas y en un congreso que se celebró en la Brown University (Providence, Rhode Island), en 1983, leí una ponencia sobre uno de sus cuentos que relacioné con la vieja historia de la viuda de Efeso, narrada por Petronio en el Satiricón.

El agregado cultural en la Embajada peruana en México, Edgar Montiel, que había hecho gestiones para que la revista poblana Infame turba le dedicara un número a Ribeyro, me comentó que Julio estaba muy complacido por mi texto, que no sólo se publicó en las actas del congreso, sino también en La Jornada semanal. Pasé a buscarlo, en fin, a la Delegación peruana en la UNESCO pensando que iríamos a un restaurante cercano, pero él detuvo un taxi y le pidió al conductor que nos llevara a la Gare de Lyon, donde comimos en Le train bleu, que es un restaurante de película muy famoso desde el que se ven los andenes y los trenes.
Cuando voy a Francia, aprovecho la oportunidad para comer todo el confit d’oie que puedo -- el ganso es uno de los platillos tradicionales de Toulouse --y eso pedí; él optó por unos espárragos, que era uno de sus platillos favoritos. No recuerdo el vino, pero guardo un excelente recuerdo de ese almuerzo.
(Mi texto, por cierto, se encuentra en la red y se puede localizar por el título “Ribeyro y Petronio”, lo mismo que el leí en otro congreso sobre”Ribeyro y el mito de Sísifo”, que se publicó en la revista Casa del tiempo).
Yo le había enviado antes un ejemplar de Entre tus dedos helados, una antología de cuentos de Tario que publicó Espinasa en la UAM, y me comentó que sobre todo le había gustado “Yo de amores qué sabía”, que es realmente un joya.

En otra ocasión, fuimos al departamento que Alfredo Bryce ocupaba en la rue d’Amyot, no lejos de la Place de la Contrescarpe. Desde la ventana, se podía ver la fachada interior de una residencia para jeunes filles, que si no mal recuerdo era de vidrio. Los estrechos dormitorios parecían vitrinas. Las chicas eran exhibicionistas, y Alfredo podía disfrutar de un verdadero pornorama. Esta información la tomé, desde luego, con escepticismo, pues realmente Bryce no me pareció muy entusiasmado. Le pregunté qué le había parecido Sastrerías de Samuel Medina, pues Ribeyro le había hecho llegar uno de los ejemplares que le había enviado, y me contestó que su manera de escribir le parecía “peligrosa”.
-¿Peligrosa?-, le pregunté, ¿por qué?
-“No se puede ser genial todo el tiempo”, me contestó.
Después yo mencioné que Sammy no había no había vuelto a publicar nada.
“A eso me refiero”, explicó. Entonces llegó Silvie que realmente era muy bella, y Ribeyro y yo nos fuimos a tomar un café.


En Poitiers leí mi ponencia sobre “Las palabras mágicas” de Cortázar”, que luego se publicó en las actas y recogí en Versiones. Aurora Bernárdez vino a escucharla y también Jonathan Tittler y Jean Andreu, entre otros colegas, como Serge Zaitzeff, a quien había conocido en otro congreso en Venecia cinco años antes y que luego estuvo en Xalapa con su esposa. Además, conocí a un grupo de colegas españolas -- Carmen de Mora y Trinidad Barrera--, que luego me encontraría en otros congresos.
De vuelta en París volví a ver a Ribeyro, esta vez en el parque de Luxembourg, y me regaló un ejemplar de sus Dichos de Luder . Aproveché este viaje para comprar un montón de libros sobre Flora Tristán, la legendaria abuela de Gauguin, pues Vargas Llosa había anunciado una novela sobre esta mujer extraordinaria. Años antes leí el relato de su viaje al Perú por el cabo de Hornos para reclamar la herencia de su padre y cuando Catherine y yo buscamos un nombre para nuestra hija – un nombre que no cambiara mucho del francés al español --, nos decidimos por el de esta francesa que era hija de un peruano. Ribeyro, por cierto, me comentó como quien revela un secreto que Bryce también iba a escribir sobre ella. Yo había publicado una serie de artículos sobre las novelas históricas acerca del cura Hidalgo, Colón y el padre Mier, y estaba trabajando en otro sobre Lope de Aguirre, que apareció en Cuadernos americanos, tres años después.
A principios de los noventa, me escribió Seymour Menton que iba a Guadalajara como jurado del Premio Rulfo, y le contesté que en mi opinión había que dárselo a Ribeyro.
No volvimos a tratar el asunto, pero el galardón se le concedió a Julio, que desafortunadamente no pudo ir a recibirlo -- su esposa lo hizo en su lugar -- pues estaba en el hospital donde falleció.


Publicado en Diario de Xalapa, 4 de octubre 2010.